Bueno, pues mientras hablaban de que si sí o si no le dejarían a Vitoriano quedarse en el centro de acogida, llegaron en un "plis-plas"
--Vamos, Vitoriano, baja del coche y ten cuidado no te golpees la cabeza. ¿Necesitas que te ayude?
Lentamente, el anciano bajó él solo del coche con apenas esfuerzos, Guillermo pulsó el mando y cerró el coche. Ambos se dirigieron a la puerta de la residencia. Una vez allí, llamaron al timbre. Serían la una y algo de la noche.
Una puerta de cristalera flanqueba un paso ámplio, de algo más de 2 metros. Se abrió y una cabeza femenina , asomó la cabeza.
--Buenas noches -dijo una mujer de entre 40 a 50 años, de pelo corto y peliteñida.
--Buenas noches, contestó Guillermo.
Vitoriano estaba apartado de la puerta, hacia un lado, junto a la pared. Parecía como si no quisiera saber nada, o que ya daba todo por perdido antes de llegar.
El relato de la conversación de cuando llegaron al centro de acogida, no merece ni tiene mucha importancia, tal y como corren los tiempos hoy en día, de desamor. Si pudiéramos hacer un pequeño resumen diríamos que, Guillermo y Vitoriano, se fueron por donde habían venido. Había orden del presidente del centro de que no se admitiera más al anciano, porque no había aceptado irse a una residencia que le habían buscado los servicios sociales.
Resulta que, aquel pequeño viejecico, era un hombre libre y no le gustaba estar atado; y mucho menos que le dirigieran su vida.
--Es que, después de dos meses aquí, en el centro de acogida, me han dado una residencia en Yecla, y yo la quería en Elche. Es que, en Yecla no conozco a nadie, y en Elche conozco a gente.
--Ya, Vitoriano, pero podías haber ido simplemente a probar qué tal te iba, y a lo mejor te hubieras adaptado al sitio y hubieras conocido a gente y te hubieras conseguido amigos.
Desgraciadamente el sistema funciona así.
¿Qué otra cosa se le podía decir a un anciano de 79 años, sin un pedacico de familia que llevarse a los brazos?
--No, yo ahora estoy negociando el irme a Elche... -Vitoriano paró en seco de hablar y...- Oye, que si no te importa, dejas el coche aparcao y yo me echo en el asiento de atrás, porque al raso no pienso dormir.
--¡Chacho, no!; cómo vas a hacer eso. ¿Y si pasa la policía y te ve?. En todo caso me quedo contigo.
--¿La policía?... ¿Ahí detrás, echao?. ¡Qué va a verme!
--Mira, vamos a hacer una cosa. Vamos a ver si encontramos a la policía y ellos seguro que te encuentran un sitio para dormir esta noche... a lo mejor ellos, como polis, tienen la autoridad que yo no tengo para que duermas en el centro de acogida. ¿Te parece bien?
--Bueno.
Una de las opciones barajadas por Guillermo era que, o los dos dormían en el coche y al amanecer se iban... otra vez a buscar la casa de su amigo al lado del Samaritano, o se lo llevaba a su casa si la poli no se encargaba de él. Por otro lado, el que la poli se hiciera cargo de Vitoriano, supondría que, tal vez, si lo llevaban al centro de acogida donde no quisieron acogerlo, lo acogerían ahora, sin más narices, yendo con la “autoridad competente”.
Comenzaron una nueva odisea: Tratar de encontrar un poli urbano. Y es que, como la ciudad estaban de procesiones, pues todos estaban por el centro y el centro estaba vallado, cortado, jodido de pasar.
Vueltas, y más vueltas, por direcciones prohibida, por... ¡por hasta las narices estaba ya Guillermo de no encontrar ni un pajolero poli siquiera, que le multara por las infracciones!
--Mira Vitoriano, estos tíos son la leche, cuando los necesitas no están, y cuando no los necesitas...
--Claro, están todos viendo la procesión.
Ya cansado de dar vueltas, Guillermo pensó en llevarlo al cuartel del 092 que estaba a la salida de la ciudad, en el otro extremo de donde estaban. Total, con las vueltas que habían dado, no importaba, y la ciudad tampoco era tan grande que digamos. De pronto, parado en un semáforo vio cómo un 092 se estacionaba a unos metros atrás suya. Tocó el claxon, puso los cuatro intermitentes y saltó el semáforo en rojo, parando junto a la acera en la curva que se iniciaba para entrar en la rotonda.
Bajó del coche y los agentes ya iban para él, pues con señas tb. les había alertado. Una poli y un poli le atendieron cortés y educadamente
--Buenas noches.
--Buenas noches, agentes. Tengo en mi vehículo a un anciano que...
Y relató todo lo ocurrido: Que hacía más de dos horas y media que buscaba la casa de su amigo. Que se había caído dos veces. Que en el centro de acogida no lo acogían... etc, etc
--Buenas caballero. ¿Puede salir usted solo? –Dijo el agente a Vitoriano una vez abierta la puerta del coche, y le ayudaron a salir.
--Se llama Vitoriano –les informó Guillermo.
--Vitoriano, ¿tiene familia? -interrogó el policía.
--No.
--¿De dónde eres?
--Soy de “TAL PUEBLO”
--¿Tienes documentación?
--No. Me valgo con mi persona. –y se señalaba con toda la mano abierta, de arriba abajo-
Ante tal respuesta, los agentes y Guillermo se miraron unos a otros y sonrieron.
--Puede usted marcharse, que ya nos ocupamos nosotros –dijo el poli-
--Gracias –respondió Guillermo y se despidió del viejecico dándole la mano-
--Vitoriano, amigo, buenas noches.
--Adiós –se despidió Vitoriano.
Guillermo subió a su vehículo y marchó para casa, donde contó todo lo ocurrido.
Mientras iba para su casa, Guillermo no podía dejar de pensar en aquel pequeño naufrago social que sobrevivía sin apenas chaleco salvavidas, pero con dignidad. A su manera, pero con dignidad. –sin más comentarios-
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Yasí, sin querer hacer juicios de valor, me he limitado a exponer esta pequeña historia que ha llegado hasta mis oidos y que aconteció en una pequeña ciudad del sureste, un lunes de Semana Santa de 2009.